Primera misión (Hechos, 23)
Este periodo de doce años (45-57) fue el más activo y fructífero de su vida.
Comprende tres grandes expediciones apostólicas de las que Antioquía
fue siempre el punto de partida y que, invariablemente, terminaron por una visita a Jerusalén.
Enviado por el Espíritu para la
evangelización de los gentiles, Bernabé y Saulo embarcaron con destino a Chipre,
predicaron en la sinagoga de Salamina, cruzaron la isla de este a oeste siguiendo sin duda la costa sur y llegaron a Pafos, residencia del procónsul Sergio Paulo,
donde tuvo lugar un cambio repentino.
Después de la conversión del
procónsul romano, Saulo, repentinamente convertido en Pablo, es citado por San Lucas antes de Bernabé y asume ostensiblemente la dirección de la misión que hasta entonces había ejercido Bernabé.
Los resultados de este cambio son rápidamente evidentes. Pablo comprende que, al depender
Chipre de Siria y Cilicia, la isla entera se convertiría cuando las dos provincias romanas abrazaran la fe de Cristo.
Escogió entonces el
Asia Menor como campo de su apostolado y se embarcó en Perge de Panfilia, once kilómetros por encima del
puerto de Cestro.
Fue entonces cuando Juan Marcos, primo de Bernabé,
desanimado quizás por los ambiciosos proyectos del
apóstol, abandonó la expedición y volvió a Jerusalén, mientras que
Pablo y Bernabé trabajaban solos entre las arduas montañas
de Pisidia, infestadas de bandidos y atravesaron profundos precipicios.
Su destino era la colonia romana de Antioquía,
situada a siete días de viaje desde Perge.
Aquí, Pablo habló del destino divino de Israel y
del providencial envío del Mesías, un discurso que San Lucas reproduce en substancia como ejemplo de una predicación en la sinagoga.
(Hechos, 18, ). La estancia de los dos misioneros en
Antioquía fue lo suficientemente larga como para que la palabra del Señor fuera conocida a través de todo el país.
Cuando los judíos consiguieron con sus intrigas un decreto de destierro, continuaron hacia Iconium, distante tres o cuatro días de viaje, donde encontraron la misma persecución por parte de los judíos y la misma acogida por parte de los gentiles.
La hostilidad de los judíos los forzó a buscar refugio en la colonia romana de Listra, distante como unos veinticinco kilómetros.
Aquí,
los judíos de Antioquía y de Iconium dejaron celadas para Pablo y, habiéndolo apedreado lo dejaron por muerto, mientras que él logró una vez más escapar buscando esta vez refugio en Derbe, situada alrededor de sesenta kilómetros de la provincia de Galacia.
Después de completar su circuito, los misioneros volvieron sobre sus pasos para visitar a los nuevos cristianos,
ordenaron algunos sacerdotes en cada una de las iglesias fundadas por ellos y al fin volvieron a Perge, donde se detuvieron a predicar de nuevo el
Evangelio, mientras que esperaban quizá la oportunidad de embarcar para Atalia, un puerto a dieciocho kilómetros de allá.
Al volver a
Antioquía de Siria, después de una ausencia que había durado tres años, fueron recibidos con muestras de gozo y de acción de gracias pues que Dios les había abierto las puertas de la fe al mundo de los gentiles.
El problema del
estatuto de los gentiles en la Iglesia se hizo entonces sentir en toda su agudeza. Algunos
judeocristianos que venían de Jerusalén reclamaron el que los gentiles fueran sometidos a la circuncisión y tratados como los judíos trataban a los prosélitos.
Contra esta opinión, Pablo y Bernabé protestaron y se decidió convocar una reunión en Jerusalén para resolver el asunto En esta asamblea, Pablo y Bernabé representaron a la comunidad de Antioquía.
Pedro defendió la libertad de los gentiles, Santiago insistió en lo contrario, pidiendo al mismo tiempo que se abstuvieran de algunas de las cosas que más horrorizaban a los Judíos. Al fin se decidió que Primero, los gentiles estaban
exentos de la ley de Moisés . En segundo lugar, que los de Siria y Cilicia deberían abstenerse de lo
sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la fornicación.
En tercer lugar, que su decisión no era promulgada en virtud de la ley de
Moisés sino que era dada en
nombre del Espíritu Santo, lo que significaba el triunfo de las ideas de San Pablo.
La restricción impuesta a los gentiles convertidos procedentes de
Siria y Cilicia no se aplicaba a sus iglesias y Tito, su compañero, no fue apremiado a circuncidarse, a pesar de las protestas de los judaizantes (Gal., 2, 3-4). Se asume aquí que Gal., 2, y Hechos, 16, relatan el mismo hecho puesto que, de un lado, los actores son los mismos
Pablo y Bernabé, y por el otro Pedro y Santiago; la discusión es la misma, la cuestión de la circuncisión de los gentiles; la escena idéntica Antioquía y Jerusalén; y la fecha idéntica:
Alrededor del 50 d.d.J.C.; y el resultado uno solo:
la victoria de Pablo sobre los judaizantes. Sin embargo, la decisión no fue adelante sin dificultades.
El asunto no concernía solamente los gentiles y, mientras que se les exoneraba de la ley de Moisés, se declaraba al mismo tiempo que hubiera sido más meritorio y más perfecto para ellos el observarla, puesto que el decreto parece haber complacido a los prosélitos judíos de la segunda generación. Además, los judeocristianos, que no habían sido incluidos en el veredicto, podían seguir considerándose como ligados por la observancia de la ley.
Este fue el origen de la disputa que surgió inmediatamente después en Antioquía entre Pedro y Pablo. Este último enseñó abiertamente que la ley había sido abolida para los judíos mismos. Pedro no pensaba de otro modo, pero consideró oportuno evitar la ofensa a los judaizantes e impedirles que comer con los gentiles que no observaban las prescripciones de la ley. Así, influenció moralmente a los gentiles a vivir como los judíos lo hacían, Pablo hizo ver que esta restricción mental y este oportunismo preparaban el camino de futuros malentendidos y conflictos, y que, incluso, tenía entonces, tendría nefastas consecuencias. Su forma de relatar estos incidentes no deja la menor duda de que Pedro fue persuadido por sus argumentos. (Gal., 2, 11-20
P. Tomas del Valle-Reyes
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